Bicicletas y aceras

Lo que a continuación os muestro no es cosecha propia, son las reflexiones de un usuario de la bicicleta ante el intento del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz de prohibir hace unos años andar con la bicicleta por las aceras y zonas peatonales. Este tema vuelve a estar en el candelero y por eso quiero compartir con todos estas reflexiones para que las meditemos. Ahí van:

«El pasado día 9, varios periódicos se hicieron eco de que el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, a través de la mesa de tráfico, iba a estudiar la prohibición de que las bicicletas circulen por las zonas peatonales, incluidas las aceras. A este respecto, y adelantando una postura a favor de la convivencia, la tolerancia y el respeto mutuo, desearía hacer las siguientes consideraciones:

Las gamberradas de algunos no pueden ser motivo para castigar a todos. Energúmenos los hay en todas las variedades posibles: en bicicleta, en coche, con corbata y con paraguas, por ejemplo. Pero ello no es razón suficiente para prohibir la presencia de ciclistas, automovilistas, encorbatados y otros, y mucho menos para sacar las cosas de quicio tratando de impedir que llueva. No se puede generalizar el comportamiento irregular de algunos individuos al colectivo al que pertenecen pero del que, obviamente, no son representativos. Por el contrario, vistos desde la comunidad y, especialmente, desde las instituciones, estos sujetos en el margen deberían ser percibidos como objeto de especial interés de cara a las actuaciones educativas y correctoras pertinentes.

• Porque lo que está en juego no es tanto la legítima denuncia puntual que haya podido hacer un ciudadano por haber sido molestado por un ciclista sino, en términos positivos, progresar en la conformación de la ciudad como marco de convivencia. Los vitorianos podemos estar orgullosos de vivir en una ciudad hecha a escala humana. Pero profundizar en esta cualidad requiere un respaldo inequívoco de los valores que la conforman. Y, en términos de convivencia en nuestras calles, es evidente que peatones y bicicletas tienen mucho más que aportar que otros agresivos medios de locomoción. Desde la perspectiva del interés compartido, la consideración anterior debería servir para aliar a peatones y ciclistas, evitando la confrontación entre ellos con cosas tan sencillas como el respeto mutuo y una razonable tolerancia.

Las quejas ciudadanas se deben analizar y atender en sus justos términos, ni más ni menos. Si de cada queja se tuviera que derivar una prohibición, a estas alturas no habría ya coches en las calles, perros, discotecas, camiones de la basura… y los niños irían con bozal y sin pelota. Y creo que nadie quiere una ciudad así. Por otro lado, sabiendo que las quejas sólo reflejan una pequeña parte del posible descontento, la prudencia aconseja analizar las situaciones con serenidad y no atender sin más al que más grita. A este respecto, cabe señalar que hay una multitud de ciclistas silenciosos insatisfechos con las facilidades que les ofrece la ciudad o, por lo menos, plenamente conscientes de las posibles mejoras que no se acometen, y que también, por ser sujetos de derechos, deberían ser escuchados. Evidentemente, si de protestar se trata aprovechando la caja de resonancia que aportan los medios de comunicación, cada día podrían aparecer varios artículos como el presente, o cien veces más beligerantes.

El bienestar colectivo radica en el uso y disfrute responsable y solidario de las libertades individuales. En mi opinión, lo más efectivo y duradero -aunque no siempre sencillo- para construir ese bienestar es la educación en valores, aplicable a todos los ámbitos de lo cotidiano: el tráfico, la limpieza de los espacios públicos, su conservación, etc. Por el contrario, estoy convencido de que las estrategias prohibicionistas se vuelven ineficaces al poco tiempo. Al fin y al cabo, ni la ignorancia ni la estupidez se pueden eliminar por decreto. Se pueden hacer desaparecer durante un cierto tiempo, pero acaban reapareciendo como la mala hierba. Obviamente, hay que reprender y en su caso sancionar a los que transgreden las reglas básicas del juego de la convivencia, pero esto es muy distinto de configurar un marco de prohibiciones tal que aplaste al ciudadano. El futuro, al menos el que deseo para mí y para todos, no va por ahí.

La solución de un problema no puede generar otro mayor. Mejor dicho, no debe impedir que se puedan paliar otros problemas más importantes. Evidentemente, en nuestra ciudad aún estamos muy lejos de que la bicicleta sea una alternativa tan importante a otros vehículos como en Holanda, Dinamarca o el Reino Unido, por ejemplo. Pero no es menos cierto que al menos una parte de los problemas de tráfico, ruido y otras contaminaciones se puede paliar fomentando el uso de las bicis.»